le
dice no sé cuántas cosas y se marcha a la carnicería.
Como
es su costumbre se persigna con el
dinero en mano de la primera venta del día.
En
una de las esquinas de la bodega prende la veladora de los abuelos
en
silencio les pide que desde el cielo nos cuiden y nos bendigan.
Por
las tardes toma su estampilla de San Judas Tadeo
lo
mira (por algunos segundos) directamente a los ojos
y
lo vuelve a guardar en su cartera.
En
las noches hace corte de caja
apaga
la veladora (con ojos cerrados) y se va a la cama:
dios
es ventrílocuo
y mi padre su muñeco favorito.
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