Es ridículo decirte con palabras de este mundo
que yo también bebo el sereno
como si un licor se
duplicara en tus manos,
prefiero el aire mecido por tu tacto a los sueño que guardé
de niño.
Es cierto que duele el esplendor del mar
y que un día moriré muy lejos de mi casa,
sólo tengo un momento de incienso y dulce en los labios
por si un día ocurren tus palabra,
aunque sea un error,
como los días que ocurren muy largos en los polos y olvidan
fallecer.
Tu rostro me consuela de la miseria del mundo,
tu espalda me sostiene más que cualquier piedra angular.
Cuando me dijiste que tú no eras Dios,
sentí miedo por primera vez.