CUANDO llegaste con el jugo de arándano y vodka,
vi tras el cristal un perro cenizo en tu jardín,
(tuve miedo)
de una mañana con cabellos desbaratados
y en la almohada tiza negra,
(algo más eterno que el saborizante de chicle)
y en el cuarto-armario
con el diminuto librero que esperaba crecer,
(algún día)
(algún día)
nos arrinconamos en el colchón
una mañana,
dos,
dos,
(infinitos los sorbos a café quemado)
y en el silencio de un automóvil
que todo arrollaba
(nunca mencioné la calle correcta)
por tener más vueltas
asomar un poco mi rostro por la ventanilla
y sentir
esa muerte en curva
que no viví.
Porque,
cuando llegaste
no a caballo
ni bajo la lluvia
sino en un Toyota gris
con la luz del freno averiada,
ni bajo la lluvia
sino en un Toyota gris
con la luz del freno averiada,
yo no noté
que existían liquidámbares en las esquinas
y un buzón
y zapatillas de soccer balanceándose de los cables,
y un buzón
y zapatillas de soccer balanceándose de los cables,
yo no sabía
de las vueltas que aún se pueden recorrer
cuando la lluvia dice venir.