Diría
que hacen footing,
pero
la palabra ya no está de moda.
Jogging
tampoco.
Creo
que ahora se dice running.
Son
runners.
Corredores
urbanos.
Así
que observo a los corredores
que
vienen y van a lo largo del bulevar
al
paso, al trote, al galope,
en
solitario, en pareja, en grupo,
joder,
hasta en familia
bajo
el sol amarillo limón
que
entibia el aire del domingo.
Jóvenes
promesas del atletismo,
deportistas
frustrados,
operaciones
bikini condenadas al fracaso,
crisis
de los cuarenta que solo el tiempo,
jamás
las zancadas, conseguirá dejar atrás.
Ratos
que rellenar y, por qué no,
algunos
a los que simplemente les gusta correr.
Observo
muy quieto a los corredores
y
supongo que sus corazones laten fuertes y sanos
y
que ríos de serotonina anegan sus cerebros
y
que están mejor dotados que yo para la felicidad
e
incluso supongo que me gustaría ser como ellos.
Sí,
lo confieso:
así
de rápido, así de resistente, así de disciplinado,
así
de feliz, satisfecho, ¿he dicho feliz?,
un
domingo a las diez de la mañana
en
zapatillas fosforescentes
y
camiseta con agujerillos en las axilas.
Pero
también supongo que ese no es mi papel.
Supongo
que el mío es observar.
Mientras
todo se mueve.
La
mariposa sobre la flor muerta,
la
flor sobre la mariposa caída, hoja seca.
Mientras
todo se mueve menos yo
y
esa pantera agazapada entre la maleza.
Mientras
nada se mueve
salvo
la muerte parsimoniosa que sigue el rastro
del
corredor más veloz,
del
oficinista de dedos más prestos,
del
recordman mundial de inmersión a pulmón.
Mientras
nada se mueve
salvo
ojalá en algún lugar
los
caballos salvajes
y
salvo yo,
aquí,
esperándoles. Observando.Twittear