Su
silencio
durante
la siesta del séptimo día
no
fue descanso.
Todavía
el universo no era responsable
de si mismo.
Nadie
lo escuchaba con atención suficiente.
En
la siesta de aquel séptimo día, Dios
soñó
con la angustia de lo imposible.
Al
despertar
su
conciencia ya cargaba el cuerpo de un suicida.
Había
creado el fracaso.
Tan
sólo fue un mal sueño, se disculpó
ante
esa quietud
que
no podía escucharlo
por
el escándalo con que la muerte festejaba
la
presencia de su primer voluntario.
No
fue en el séptimo día que descansó.
se
esforzó hasta la novena sinfonía
para
hacerlo.
Cuando,
al fin,
el
universo se había completado.