Die lieblichste
del lieblichsten Gestalten.
Goethe, "Elegie von Marienbad"
Tendría
mi edad si no fuera por el frío.
Era
ligera y sus piernas tocaban los dedos
al
solo tocarla. Al erguirse en el patio de abajo,
desde
su falda tableada sobre las rodillas,
el
mundo comenzaba a parecerse a sus piernas
y
las cinco letras de la palabra mundo
se
alteraban por las cinco letras de la palabra deseo.
¡Qué
cintura, qué música lineal, qué rítmicas
las
piernas al salir de clases!
Callada,
era callada como un pasillo negro,
y
al dejarla dejaba en el corazón
algo
como una duda, como culpa o niebla.
Acabó
por dolerme en todo el cuerpo
y
cada centímetro del cuerpo era de su arco
una
flecha atravesada.
¿Cuántas
veces desde entonces, cuántas,
ha
atravesado el corazón como una flecha,
como
una luz que sangra el corazón?
Y
cuando pasa eso, cuando la flecha cruza,
cuando
la luz sangrienta cruza el corazón
(lo
deja en cruz), algo en mí íntimo
protesta
y grita por una adolescencia
sin
guía y sin objetivo,
por
equivocaciones y torpezas del comediante
de
la obra, quien actuó de un modo
explicable
en esa edad, pero que al evocarla
duele
como una pérdida, como un cuento
de
noche árabe que la vulgaridad rebaja
burlándose
de, exageración o de invención.
Y
algo en mí íntimo protesta y grita
por
algo que debió ser y sólo fue como
canción
de época, como canción que dice
y
repite hasta rayar el disco
que
ésos fueron los días, que ésos fueron.
Y
sangro y me doblo y me arqueo
y
la reina permanece y parte,
igual
al tren de antaño que verifica el recorrido
pero
no sabemos en dónde ni hacia dónde.