¡Qué
lejos queda!
Moriste,
con un dedo delante de los labios,
en
noble movimiento,
para
atajar la efusión;
en
el sol frío de un reparto verde.
Estabas
tan hermosa que nadie se dio cuenta de tu muerte.
Más
tarde, era de noche, te pusiste en camino conmigo.
Desnudez
sin desconfianza.
Pechos
podridos por tu corazón.
A
sus anchas en este mundo circunstancial,
Un
hombre, que te había estrechado entre sus brazos,
Se
sentó a la mesa.
Estate
bien, no existes.