miércoles, 7 de septiembre de 2016

El paraíso perdido (fragmento) de Jhon Milton




Canta celeste Musa la primera desobediencia del hombre.
Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar
Trajo la muerte al mundo y todos nuestros males
Con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande,
Reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada.
En la secreta cima del Oreb o del Sinaí tú inspiraste
A aquel pastor que fue el primero en enseñar a la escogida grey
Cómo en su principio salieron del caos los cielos y la tierra;
Y si te place más la colina de Sión o el arroyo de Siloé
Que se deslizaba rápido junto al oráculo de Dios,
Allí invocaré tu auxilio en favor de mi osado canto;
Que no con débil vuelo pretendo remontarme
Sobre el monte Aonio al empeñarme en un asunto
Que ni en prosa ni en verso nadie intentó jamás.

Y tú singularmente ¡Oh Espíritu! que prefieres
A todos los templos un corazón recto y puro,
Inspírame tu sabiduría. Tú estabas presente desde el principio
Y desplegando como una paloma tus poderosas alas
Cubriste el vasto abismo haciéndolo fecundo,
Ilumina mi oscuridad; realza y alienta mi bajeza
Para que desde la altura de este gran propósito
Pueda glorificar a la Providencia eterna
Justificando las miras de Dios para con los hombres.

Di ante todo, ya que ni la celestial esfera
Ni la profunda extensión del infierno ocultan nada a tu vista,
Di qué causa movió a nuestros primeros padres,
Tan favorecidos del cielo en su feliz estado,
A separarse de su Creador e incurrir en la única prohibición
Que les impuso siendo señores del mundo todo.
¿Quién fue el primero que los incitó a su infame rebelión?
La infernal Serpiente. Ella con su malicia animada
Por la envidia y el deseo de venganza
Engañó a la Madre del género humano.
Por su orgullo había sido arrojada del cielo
Con toda su hueste de ángeles rebeldes
Y con el auxilio de éstos, no bastándole eclipsar
La gloria de sus próceres, confiaba en igualarse
Al Altísimo si el Altísimo se le oponía.