Canta
celeste Musa la primera desobediencia del hombre.
Y
el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar
Trajo
la muerte al mundo y todos nuestros males
Con
la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande,
Reconquistó
para nosotros la mansión bienaventurada.
En
la secreta cima del Oreb o del Sinaí tú inspiraste
A
aquel pastor que fue el primero en enseñar a la escogida grey
Cómo
en su principio salieron del caos los cielos y la tierra;
Y
si te place más la colina de Sión o el arroyo de Siloé
Que
se deslizaba rápido junto al oráculo de Dios,
Allí
invocaré tu auxilio en favor de mi osado canto;
Que
no con débil vuelo pretendo remontarme
Sobre
el monte Aonio al empeñarme en un asunto
Que
ni en prosa ni en verso nadie intentó jamás.
Y
tú singularmente ¡Oh Espíritu! que prefieres
A
todos los templos un corazón recto y puro,
Inspírame
tu sabiduría. Tú estabas presente desde el principio
Y
desplegando como una paloma tus poderosas alas
Cubriste
el vasto abismo haciéndolo fecundo,
Ilumina
mi oscuridad; realza y alienta mi bajeza
Para
que desde la altura de este gran propósito
Pueda
glorificar a la Providencia eterna
Justificando
las miras de Dios para con los hombres.
Di
ante todo, ya que ni la celestial esfera
Ni
la profunda extensión del infierno ocultan nada a tu vista,
Di
qué causa movió a nuestros primeros padres,
Tan
favorecidos del cielo en su feliz estado,
A
separarse de su Creador e incurrir en la única prohibición
Que
les impuso siendo señores del mundo todo.
¿Quién
fue el primero que los incitó a su infame rebelión?
La
infernal Serpiente. Ella con su malicia animada
Por
la envidia y el deseo de venganza
Engañó
a la Madre del género humano.
Por
su orgullo había sido arrojada del cielo
Con
toda su hueste de ángeles rebeldes
Y
con el auxilio de éstos, no bastándole eclipsar
La
gloria de sus próceres, confiaba en igualarse
Al
Altísimo si el Altísimo se le oponía.