Cruzamos
por el puente del río Chicago a pie
en
lo que resultaría una última vez,
yo
comía el aire dulce de un algodón de azúcar
esa
azulada luz hilada de la nada.
Fue
apenas un instante, de verdad, nada más,
pero
quedé extasiado ante los firmes cables
del
puente sosteniéndonos
y
enredados mis dedos entre los largos
y
finos dedos de mi abuelo,
un
hombre viejo del Viejo Mundo
que
hace mucho se hundió en la inmensidad.
Y
me acuerdo de ese niño de ocho años
saboreando
la dulzura del aire,
que
ahí sigue pegada a mi boca
y
desparece al respirar. ~
Versión de Pedro Serrano