Prendíamos la luz de los planetas, intentábamos que el
bermellón quedara en Marte y el azul en la Tierra. No sabíamos si aguantaría
las descargas, la serie de fusilamientos. Habíamos preparado una clavija con
horquillas de metal, esperábamos mantener iluminada cada trayectoria. Salvo el
cinturón de asteroides, como era lo planeado, la escena brilló intermitente y,
durante aquellos segundos, supimos que habíamos hecho algo. Quizá el compendio
más simple se nos tiraba encima, arrastraba(nos) hacia la periferia.
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