Mis
manos, ciertas veces,
dan
la rara impresión de cosa muerta.
Palidez
más extraña no vi nunca;
marfil
antiguo, polvorienta cera,
y
en el dorso delgado y transparente
el
turquesa apagado de las venas.
Carne
que bien podría
si
la rozara una caricia ardiente,
deshacerse
en ceniza
como
esas flores frágilesy tenues
que
en el fondo oloroso de los cofres
en
fino polvo ámbar se convierten.
¿En
qué siglo remoto florecieron
estas
dos pobres rosas extinguidas?
¡Un
milagro, sin duda, las conserva
aquí,
sobre mi falda todavía!