Al
borde de alegres segadores tiembla el agua,
y
ofrece para el orden del labio complacido
dulce
rumbo crecido de preñadas mañanas,
y
agraria transparencia, dulcemente encendida.
El
trigo coronado de apretada espesura,
retiene
el desbordado color con que le ordenan
-vecino
de la carne- colmarse en primavera.
El
ganado decrece tiernamente en lo oscuro
donde
dilata el suelo su asombrosa corriente,
y
la abeja termina su tránsito de nieve,
y
su majada oculta sobre tímidos jaspes.
Y
tú, Amado,
que
pones rumbo fijo al arado
que
circuye la tarde y apresura la rosa,
Dónde
tienes el pecho frondoso de raíces,
dónde
la sien desnuda sin regazo ni término.
Sobre
los pastos suaves, cándidos mayorales
habilitan
la uva en que se aloje el vino,
y
congregan el clima en que crezca su aroma
y
reparta en la lengua manojos de alegría.
Así
el verano atiende su reciente hermosura
y
sobre el viento solo distribuye sus pájaros.
Así
el nácar esparce su quietud y deleite
y
su color silvestre reanuda y apacienta.
¡Oh dádivas,
Oh dones terrestres,
Oh suaves alimentos;
Sólo
agotar la siembra con el pecho,
Sólo
desembocar al gozo y detenerse
Oh
piel,
Oh
ceniza colmada y balbuciente!